Vino a él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme.
CUANDO tenía treinta años desarrollé un acné severo en el rostro, una desfiguración que me avergonzaba. Mi padrastro vivía a cierta distancia de nosotros, y una visita a su casa que había planeado coincidió con un brote de acné. ¡Qué mal me veía! Toqué a la puerta trasera, y entré nerviosa a saludarles. Sin un momento de vacilación, Andy besó afectuosamente mi mejilla. ¡Cuánto lo amé por eso! Debido a su gesto tierno, inmediatamente me sentí afirmada y amada. Mi desfiguración no le importó a Andy. él valoró mi ser interior.
El amor de mi padrastro me desafía a aceptar a las personas que tienen imperfecciones en su personalidad que me hacen desear alejarme de ellas. Mi preferencia es simplemente evitarlas diciendo: «Excúsenme, pero tengo que…». Pero sólo al prestarles atención y escucharles puedo valorar el ser interior, y ofrecer la afirmación que todos necesitamos.
Jesús nos dio ejemplo cuando tocó y restauró a uno de los intocables de la sociedad, «un hombre que tenía lepra» (Marcos 1.40). No obró por obligación, sino en amor y porque lo deseaba, así como Andy decidió besarme.
Sra. Elaine Brown (Pertshire, Escocia)
