Me gozaré y alegraré en tu misericordia, Porque has visto mi aflicción; Has conocido mi alma en las angustias.
RECUERDO muy bien mi primera experiencia en un hospital. Caminaba por un pasillo frío y lúgubre en un día en que todos parecían estar tristes y deprimidos. Visitaba a mi hermanito de 2 años hospitalizado allí por estar deshidratado. Mi corazón sólo le rogaba al Señor que todo saliera bien.
Mientras estaba allí, vi una luz: unos inmensos y preciosos ojos negros que me miraban, unidos a un cuerpo delgado, casi esquelético. Quedé sin aliento ante esos ojos y ante aquella pequeña niña que me miró con su humilde y sencilla carita sonriente. Una enfermera la vió en el pasillo, y la condujo, regañándola, hacia su cuarto. «¿Por qué me haces esto Claudia? Sabes que no puedes salir de ese cuarto», decía la corpulenta enfermera tomándola del brazo, casi arrastrándola. De la puerta colgaba un letrero en el que se leía: «Niños con leucemia».
¿Cómo puede esa criaturita sonreír en tales circunstancias? Una Biblia al lado de su cama respondió mi pregunta. Darle gracias a Dios y estar gozosos no es una opción, es una regla.
Sa. Karys Moreno (Panamá, Panamá)
