Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas.
EL primer día en el equipo de natación, a los 11 años, pensaba que era un buen nadador. En realidad no era tan bueno al principio, pero me propuse como meta romper mi propia marca. A veces era el último en completar una competencia, pero saltaba del agua y corría hacia el entrenador para decir: «¡Logré mi mejor tiempo!».
Mi desempeño mejoró, y más tarde gané en la competencia de los 100 metros en la escuela superior. Pero lo mejor de esa competencia fue que superé mi marca anterior. Esta forma de pensar se hizo parte de mi personalidad y de mi fe.
En Mateo 22.34-40, Jesús enseñó el más grande mandamiento, pero guardarlo parece difícil, casi imposible. He aprendido con la natación que no alcanzamos nuestra meta en el primer día de práctica. Aprender a amar a Dios y a nuestro prójimo requiere mucha persistencia. Es más fácil amar a otras personas cuando no estamos preocupados sobre quién está ganando. Podemos hallar así formas de celebrar nuestros dones juntos y de mejorar cada día. Todavía no soy lo que Dios quiere que sea pero, gracias a él, soy mejor de lo que era.
Sr. David Tumer (Texas, EUA)
