Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque.
UNA vez trabajé como pintor de casas. Mi especialidad eran los bordes de las ventanas y los marcos de las puertas. Un día, mientras trabajaba sólo dentro del salón de un motel, me detuve para admirar la forma en que había pintado la base de una ventana. Se veía perfecto. Pero, al acercarme, descubrí pequeñas vetas donde la pintura no se había aplicado con uniformidad. Decidido a hacer el trabajo bien, pinté la base seis veces. Cada vez encontraba pequeñas vetas sin pintar. Después de 20 minutos, me rendí. Al final de la semana mi jefe me pagó sin criticar mi trabajo. Días más tarde pensé en la experiencia y comprendí cuán irrealista había sido. Formulé lo que llamo la filosofía de vida de un pintor de bordes: Si busca la imperfección, la encontrará fácilmente.
Es absurdo esperar perfección en nosotros/as, y es perjudicial demandar perfección de las personas que amamos. Es mejor buscar el esfuerzo honesto, no el trabajo perfecto. Jesús sabía que sus seguidores cometerían errores y hasta se volverían en su contra, pero nunca dejó de amarles. Al igual que él, podemos aprender a amar a las personas imperfectas.
Sr. Ralph Ellis (Georgia, EUA)
