Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.
EL hombre vendía periódicos a los conductores que se detenían en el semáforo; cojeando de auto en auto, con una muleta bajo un brazo y periódicos bajo el otro. Tenía sólo una pierna y sus dientes estaban dañados.
Al principio me encogía en mi asiento mientras el hombre se acercaba tratando de vender el periódico. Avergonzada por mi miedo, decidí orar por él. Comencé a comprarle el periódico los jueves, cuando iba a visitar a mi tío anciano.
Después de varios meses, pasé por alto tres jueves seguidos. Una crisis familiar y una bronquitis me impidieron visitar a mi tío. De regreso a mi rutina, llegué a la esquina, donde el semáforo me hacía detener. Le entregué al vendedor un dólar y le conté mis pesares. Apiñó sus periódicos bajo un brazo y colocó su mano sobre mi brazo. Después dijo: «Voy a orar para que se recupere pronto». Suspiré. Yo que tengo dientes sanos para ingerir una buena comida y dos piernas completas para ir a dondequiera, recibí consuelo en su oración, simplemente ofrecida antes de que la luz del tráfico cambiara. Cristo tenía un nuevo rostro y me regocijé de verle a la orilla del camino.
Sra. Linda Tatum (Carolina del Norte, EUA)
